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UDD en la Prensa

A 100 años de la Revolución Rusa

 Guido Larson
Guido Larson Académico Facultad de Gobierno

A 100 años de la revolución de octubre de 1917 y que lleva a los bolcheviques al poder político, la evaluación del proyecto utópico que lideró Lenin sigue siendo controversial. Esto no sólo porque su sucesor directo, Iósif Stalin, encabezará uno de los regímenes más genocidas de la historia humana, sino porque el mismo sustento ideológico y la asociación que se hace con la filosofía de Marx, ampara la idea de que se estaba en proceso de construir el socialismo después de 300 años del gobierno zarista de la familia Romanov, algo que tampoco terminará ocurriendo.
La Revolución Rusa no fue un episodio espontáneo. Contribuye a ella las particularidades de una nación que, en el crepúsculo de la segunda revolución industrial, seguía intentando ajustarse a las transformaciones que el resto de Europa ya había incorporado, y que tenía la consecuencia de hacer de Rusia un país relativamente retrasado en comparación con las grandes potencias occidentales de Europa. Hay que pensar que recién en 1861 se abole la servidumbre, esa práctica de unir al trabajador agrícola a la tierra y su terrateniente, y que, contrariando la dinámica política de la época, la monarquía absoluta rusa seguía sustentándose en una visión de su propio poder caracterizado por tres principios: la idea de patrimonialismo (la posesión de toda Rusia), la de un gobierno personal que no se encuentra limitado por leyes; y la unión mística con el pueblo ortodoxo. Para algunos historiadores, la incapacidad del régimen zarista de entender el cambio de cultura que venía dándose al interior del país desde mediados del siglo XIX, contribuye a su propia ruina.
Antecedente inmediato de esto se encuentran en las demandas realizadas al zar hacia 1905 y que se enfocaban, fundamentalmente, en mejorar las condiciones laborales, aumentar los salarios y reducir la jornada laboral. En un evento dramático, una muchedumbre de trabajadores, liderados por un cura ortodoxo llamado Georgy Gapón, intentan hacer llegar un petitorio al zar marchando al palacio de invierno. Si bien Nicolás II no se encontraba allí, la orden era detener la marcha antes de llegar al palacio, cosa que efectivamente ocurre de forma dramática, ya que los guardias imperiales disparan a mansalva a una multitud desarmada ocasionando un número aún indeterminado de muertos.  El impacto fue enorme. La represión animó los ímpetus de transformación y durante meses Rusia experimentó huelgas, marchas, protestas y violencia, cuyo objetivo era la modificación revolucionaria del sistema, algo a lo cual el zar termina aceptando a regañadientes después de que algunos militares en Sebastopol mostrasen simpatías por la causa revolucionaria.
Junto con poner límites a la monarquía, y pasar Rusia, entonces, a ser nominalmente una monarquía constitucional, la llamada Revolución de 1905 instaura un parlamento para Rusia (Duma) y un sistema multipartidista. Sin embargo, para muchos los avances no eran suficientes. Lenin declaraba en este contexto: “los trabajadores industriales no pueden cumplir su misión histórica universal de emancipar a la humanidad del yugo del capital y de las guerras si se preocupan únicamente del estrecho marco de su oficio, de sus estrechos intereses gremiales y se limitan escrupulosamente a mejorar sus propias condiciones de vida pequeño-burguesas, a veces tolerables. Esto es exactamente lo que ocurre en muchos países avanzados de la ‘aristocracia obrera’ que sirve de base a los partidos supuestamente socialistas de la Segunda Internacional”.
Por lo mismo, lo ocurrido representa el preludio de lo que pasará 12 años después. La violencia interna post-1905, en la que participan anarquistas y otros grupos radicales de izquierda, contribuyen a generar un escenario proclive a la inestabilidad. Los problemas económicos en Rusia, que se acentuarán de forma dramática con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, enajenarán a las Asambleas de Trabajadores (soviets) que ya habían comenzado a ser penetrados por partidos políticos con intereses revolucionarios como eseristas, bolcheviques y mencheviques; la perspectiva de que con presión y voluntad era posible extraer concesiones al régimen e incluso provocarle una derrota total, animarán las tácticas de agitación y propaganda que se extenderán en múltiples radios urbanos. Como dirá el afamado historiador Eric Hobsbawm, los hombres y mujeres se harán revolucionarios “porque creen que lo que ellos desean subjetivamente de la vida no puede lograrse sin un cambio fundamental en la sociedad”. Y dicho cambio fundamental será el objetivo de los bolcheviques y de Lenin. Así, con la confusión de la guerra y con la imposibilidad de hacerle frente a la crisis, el régimen entra en parálisis. La situación se mueve con velocidad y protestas gigantescas emergen en distintos puntos de Rusia haciendo imposible la mantención del statu quo y derivando, entonces, en el término de la monarquía y el ascenso de un gobierno provisional hacia febrero de 1917, primero liderado por el príncipe Lvov y luego por Kerensky.
El período que le sigue es un período crítico, donde Lenin insistirá una y otra vez en que es necesario terminar (violentamente) con el gobierno provisional y tomarse el poder por las armas. El 10 de octubre (calendario juliano) se lleva a cabo una reunión crucial del Comité Central Bolchevique para decidir si desencadenaban una insurrección armada. De los 21 miembros del Comité, sólo doce estaban presentes. La decisión más importante en la historia del partido bolchevique fue adoptada así por una minoría de diez votos contra dos. Para el historiador Orlando Figes, esto se trató de un golpe leninista dentro del partido bolchevique.
Hay desacuerdo respecto de si la revolución de octubre fue un proceso apoyado por las masas del pueblo ruso. Para Richard Pipes, el historiador de la Universidad de Harvard, la participación fue baja y, de hecho, muchas personas ni siquiera se enteraron de que los bolcheviques querían tomarse el poder. Lo que sí ocurre es que, una vez que se controlan las fuentes del poder, rápidamente comenzará un proceso de absorción y de consolidación de los bolcheviques, algo que será resistido por toda otra serie de grupos políticos dando pie, entonces, a la guerra civil.
La maquinaria de violencia ideada por Lenin jugará un rol crucial para comenzar a levantar lo que más tarde será el totalitarismo leninista. La Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje (Cheka), liderará la administración del terror. De acuerdo a Martin Latsis, sustituto del primer jefe de la Cheka Dzerzhinsky, éste órgano “no era una comisión investigadora, un juzgado o un tribunal. Es un órgano de lucha en el frente interno de la guerra civil […]. No juzga, golpea. No perdona, destruye a todos los que están situados al otro lado de la barricada”. No será extraño, entonces, que Stalin refine los métodos para asentar el poder total y que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, nación que marcará los destinos del s. XX e incluso del s. XXI, haya estado enraizada, directamente, a este proceso.