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UDD en la Prensa

Dos culturas, innovación

 Paul O'Toole
Paul O'Toole Director Ejecutivo iCubo

Un consenso en la comunidad científica afirma que a nivel cognitivo las diferentes zonas del cerebro se iluminan cuando se trata de pensar lógicamente (izquierdo) y creativamente (derecho). Se dice que esa dinámica se refleja en la personalidad del pensante y la “cultura” que representa.
Los ingenieros y científicos logran converger ideas y ejecutarlas correctamente. Los creativos y artistas son más bien pensadores divergentes que expanden el horizonte de posibilidades pensando siempre más allá.
Charles Percy Snow dictó un influyente cátedra en Cambridge, Inglaterra, el año 1959 y que generó un estereotipo contemporáneo conocido como “Las dos culturas”.
Su tesis se basaba en una idea -avanzada para la época- que abordaba la ruptura de comunicación entre las ciencias y las humanidades, estableciendo este punto como el principal inconveniente para la resolución de los problemas que aquejan al planeta.
Snow tenía una sólida formación como científico, pero además fue un escritor prolífico de novelas. Se movía constantemente entre estas dos “culturas” y, por lo tanto, contaba con una perspectiva única en ese momento, que le hacía ver las cosas desde un punto de vista muy vanguardista y provocativo.
El discurso de Snow abrió un debate que se encuentra aún muy vigente. Las universidades siguen organizadas en facultades que fomentan el desarrollo de una disciplina central, sumado además la división temprana en las escuelas que segregan entre las humanidades y las ciencias.
El argumento de Snow a favor de la interdisciplina es esencialmente que la innovación y la creatividad para resolver problemas complejos en contextos difíciles requiere de ambas “culturas” y que éstas no conversan naturalmente y son muchas veces segregadas a nivel de sociedad e institución.
Hoy en día aún existen pocos programas académicos a nivel mundial que se enfocan en generar interacciones efectivas entre diversas disciplinas con el fin de generar innovación.
Uno de los más establecidos es el Joint Masters, llamado Innovation Design Engineering (IDE), creado en 1983 por el Royal College of Art y Imperial College en Londres. Este programa reúne a los mejores ingenieros del mundo junto a las mentes más creativas del diseño, con resultados que generan una explosión de innovación: múltiples nuevos productos y servicios que están en el mercado hoy en día.
Como ejemplo iconográfico se encuentra el de Sir James Dyson, quien fue uno de los primeros titulados de IDE y que hoy es considerado el “Steve Jobs Británico”, liderando una empresa que lleva su nombre y desarrollando productos en donde conviven perfectamente la tecnología con el diseño.
Otro ejemplo a tomar en consideración ocurre en Finlandia. El gobierno de ese país entendió perfectamente la importancia de la interdisciplinaria cuando en 2010 unió tres universidades que dieron como fruto la creación de Aalto, el primer establecimiento de educación superior interdisciplinaria del mundo.
No es casualidad que Helsinki se haya transformado en un epicentro para start ups e innovación, con Aalto como el motor central para generar nuevas ideas y atrayendo talentos de clase global a este país muchas veces considerado como lejano.
En Universidad del Desarrollo se crea hace siete años el dLab, un programa interdisciplinario que reúne alumnos de cinco facultades para desarrollar proyectos de innovación en conjunto.
El programa ha demostrado lo potente que es afrontar desafíos de innovación desde diferentes perspectivas disciplinarias y -en este sentido- fue un piloto para una iniciativa interdisciplinaria de gran magnitud que pronto será instalado a través de toda la universidad.
Sin embargo, estos ejemplos son poco frecuentes. Y eso se debe, entre otros aspectos, al estado de la discusión actual sobre innovación. Por ejemplo, el debate de finales de los años 50 entre las “culturas” opuestas no es muy distinto al debate actual en Chile acerca del nuevo Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI).
Se observan grandes discursos y argumentos acerca del rol de la ciencia y la tecnología y cómo éstas ayudarán a llevar a Chile desde un país de materias primas, hacia un panorama de industrias con valor agregado.
Se habla mucho del rol del investigador, de la ciencia aplicada y de la propiedad intelectual. Sin embargo, se extraña escuchar en este debate temáticas acerca del rol de las humanidades y del diseñador [FJ1] en la fase de creación de ideas, donde es necesario divergir ampliamente y observar, para finalmente volver a una línea de convergencia y ejecución.
Una buena fórmula para explicar innovación es entenderla como la suma entre la invención y la comercialización. Justamente es en la primera parte de esta ecuación que se necesita unir “las dos culturas”. El ministerio de CTI sigue un camino necesario, pero ya bastante avanzado por otros países que buscan fortalecer el músculo de la investigación y ciencia aplicada.
Chile también debería mirar los grandes avances que han surgido a través de la promoción de la interdisciplina desde los gobiernos, la academia y las empresas privadas, si realmente quiere crear una cultura sofisticada y completa de innovación.