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Columnas de opinión:

Nuestros académicos UDD analizan temas de la contingencia nacional e internacional.

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«Puentes de confianza», por Federico Valdés L., rector de la Universidad del Desarrollo.

Existe un viejo proverbio africano que dice: «si quieres ir rápido hazlo solo, pero si quieres llegar lejos hazlo con otros». Estas palabras nos introducen a un tema tremendamente relevante en el momento político que está viviendo Chile hoy. Este es, la incapacidad de construir acuerdos entre el gobierno, la oposición y los dirigentes sociales para que el país pueda avanzar, situación provocada en buena medida por el debilitamiento de las confianzas.

Según Jon Elster, cientista social noruego, la confianza es el cemento de una sociedad y lo que la mantiene unida. Distintos estudios sobre el fenómeno de la confianza sugieren que ella es clave para el desarrollo económico y la estabilidad política. Sin ir más lejos, los países más desarrollados y las democracias más estables son aquellas que poseen mayores niveles de confianza.

Pero ¿cuál es la lógica que vincula estos factores? Básicamente, la que teóricos como Pierre Bourdieu, James Coleman y Robert Putman, han denominado la lógica del capital social, vale decir, el conjunto de procesos asociativos, redes, instituciones, normas y reglas que dan certeza a nuestras acciones y que, finalmente, aumentan nuestro bienestar.

Una sociedad con altos grados de desconfianza es aquella en la que los costos de transacción serán por definición más altos y, por esa causa, los niveles de inversión serán bajos. Una sociedad donde no se confía en las promesas de los otros, los contratos -sean estos comerciales, políticos o sociales- se hacen más caros. Una sociedad donde las personas no confían en la ejecucuón de las leyes, éstas tienen a actuar al margen de ella, lo que encarece su cumplimiento y, por esa vía, el ejercicio de derechos.

Una sociedad con bajos niveles de confianza termina transformándose en una donde el cumplimiento de las normas no es parte de las convicciones de cada persona, sino simplemente el resultado del reforzamiento punitivo de dichas normas. El mejor ejemplo lo encontramos en el cuidado de los bienes públicos: no es lo mismo tener la convicción de que éstos deben ser protegidos, a tener un ejército de policías para evitar que las personas los dañen.

En general, todas las actividades que llevamos a cabo diariamente, suponen cierto grado de seguridad en que las cosas ocurran de una manera y no de otra. Cuando esto no sucede, las personas dejan de ocupar las instituciones formales y los sistemas sociales comienzan a deteriorarse.

A principios de la década pasada, un 20% de los chilenos declaraba que se podía confiar en la mayoría de las personas. Esa cifra hoy disminuyó a un rango que varía entre 12 y 17% , según revelan distintas encuestas.

El desafío que hoy tenemos como país, es construir esas confianzas indispensables, no solo para la buena convivencia, sino que para permitir el desarrollo y crecimiento de nuestro Chile.

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«Mall de muchos» por Pablo Allard, decano de la Facultad de Arquitectura y Arte.

Mucho se ha polemizado respecto del mall de Castro. Unos abogan por la autodeterminación local bajo la promesa de atraer inversión y empleos a la ciudad; otros rasgan vestiduras contra el sistema económico, la voracidad de la industria del retail o su exaltación del consumo por sobre el precario comercio y rica cultura local.

Finalmente estamos quienes creemos que el problema no es la existencia del mall, sino la burda y desprolija forma en que se desarrolló el proyecto, destruyendo la imagen de una de las pocas ciudades en Chile cuya carta de presentación hacia el mundo era, precisamente, la vista panorámica de su perfil coronado por la iglesia.

El comercio al detalle o «retail» está en el origen mismo de las ciudades. Muchas se fundaron y consolidaron como puntos de intercambio de bienes, servicios y conocimiento. Me pregunto si quienes critican el modelo de libre mercado las emprenderían hoy contra los tradicionales mercados callejeros europeos o los souks árabes. En este contexto, el mall no es más que la evolución del formato de comercio urbano adaptado a las demandas y necesidades de la sociedad occidental contemporánea. Si no fuese así, no existiría.

El problema radica en que desde la invención del mall en los 50, por Victor Gruen en EEUU, este tipo de artefactos urbanos se planteaba como una caja cerrada y contenida, recreando en la periferia un mundo interior de cierta intensidad urbana, capitalizando la cercanía a nodos de transporte y amplias superficies para estacionamientos. Poco a poco el mall suburbano fue adaptando y replicando lugares propios de la ciudad, apareciendo los bulevares, patios, plazas y otros elementos de este microcosmos contenido. Más tarde se descubrió que los malls también podían actuar como detonantes de recuperación y renovación urbana. Aquí falló el de Castro, ya que en cierta medida ignora su condición de contexto urbano y replica la maldita caja cerrada en pleno centro de una ciudad de alto valor patrimonial.

Efectivamente, y tal como plantea el vocero de «Ciudadanos por Castro», Félix Oyarzún, la culpa no es completamente del municipio, los arquitectos, la falta de sensibilidad o presuntas irregularidades en que cayeron los inmobiliarios, sino más bien de la total apatía de la comunidad por la protección de su entorno. Oyarzún va más allá, y dice: «Este plan (regulador), que no protege adecuadamente el casco histórico de la ciudad, que no pone condiciones de materialidad, fue conocido en su momento. Y los habitantes de Castro no reaccionamos».

Ejemplos de formatos comerciales que recuperan y valorizan su entorno tenemos muchos, como el «Patio Bellavista» o el «Subcentro Las Condes». Ambos no sólo mejoraron la oferta comercial y culinaria de sus barrios, sino que permitieron salvar una manzana entera del bohemio barrio santiaguino o corregir los errores de una mala integración entre infraestructura y tejido urbano. En ambos casos la comunidad, la visión de autoridades y la responsabilidad ética de los desarrolladores fueron clave. Necesitamos ciudadanos proactivos, informados y exigentes, así como mejores instrumentos de planificación que permitan aprender de estos errores, que no se enmiendan demoliendo tres de los siete pisos del gigante chilote.